Sábado, 14 de mayo de 2011.

MEMORIA DE LA EMIGRACIÓN
Poblaciones desplazadas, una constante histórica

La historia de la humanidad muestra que el desplazamiento de poblaciones como consecuencia de guerras, persecuciones políticas o religiosas, hambrunas, comercio de esclavos, conquistas, cautiverios o colonización, ha sido una constante a lo largo de los siglos.
El sedentarismo apareció en la historia de la humanidad a partir de la invención de la agricultura, pero en cualquier época, de manera forzada o pacífica, en la mayoría de los pueblos ha habido importantes sectores de población que se han visto forzados a emigrar en condiciones más bien penosas.
Esas migraciones han sido, a veces, precipitadas huidas de colectivos humanos, incluidos ancianos, mujeres y niños, llevando consigo poco más de lo puesto, un hato improvisado, una maleta en la que se ha metido lo imprescindible, un colchón, una manta, escapando de masacres que llegaban pisándoles los talones. Las imágenes bíblicas del medio millón de hutus huyendo en la región de Los Grandes Lagos, en Africa, en el otoño de 1996, transmitidas por todas la televisiones del mundo, ilustran bien este fenómeno. O los más de doscientos mil refugiados que a finales de marzo de 1999 huyeron de Kosovo hacia Albania, Macedonia o Montenegro ante los asesinatos y vejaciones de las fuerzas serbias.

Otras veces la emigración se produce tras el reclamo de promesas de prosperidad, en busca de trabajo y de unas condiciones de vida que no se tienen y que se envidian. La imagen de la Europa desarrollada y próspera viene actuando desde hace varias décadas como señuelo e imán para muchos. Todavía permanecen en nuestras retinas los emigrantes albaneses hacinados en un buque llegando, famélicos, a las costas italianas de las que eran rechazados. Esa atracción la ha ejercido Europa sobre las poblaciones de Europa del sur- españoles, italianos, portugueses, griegos, turcos- y la ejerce ahora especialmente sobre los africanos, muchos de los cuales, sobre todo los jóvenes, se juegan la vida por llegar a ella como emigrantes. Sus precarias condiciones de vida en paises subdesarrollados les empujan a protagonizar unos desplazamientos que solamente podrían calificarse como voluntarios desde una perspectiva cínica.
España ofrece el ejemplo clásico de un país de emigrantes. Es bien sabido que hemos padecido frecuentes éxodos a lo largo de nuestra historia. El punto de partida de esos destierros, siempre traumáticos, se produjo el emblemático año 1492. El 31 de marzo de dicho año los Reyes Católicos firmaron el decreto de expulsión de los judíos. Unos 165.000 judios , tan españoles como el que más ya que llevaban quince siglos asentados en la península, tuvieron que cruzar las fronteras hacia el exilio.

A ese primer destierro siguieron otros.

A principios del siglo XVII, entre 1609 y 1613 fueron expulsados los moriscos. Según los historiadores, los expulsados fueron no menos de 300.000 . En su inmensa mayoría eran campesinos y artesanos: herreros, albañiles, carpinteros, sastres, cultivadores de gusanos de seda, alfareros.
En el siglo XVIII fueron expulsados los jesuitas durante el reinado de Carlos III. Los desterrados fueron unos 4.000.
En el XIX se sucedieron varias tandas de emigraciones, la mayoría de ellas de signo político, al ritmo de los vaivenes y convulsiones de tan agitado siglo. En junio de 1813, tras cruzar el rey José Bonaparte los Pirineos de regreso a Francia, los «afrancesados» que habían acatado y apoyado a dicho monarca, fueron declarados traidores por los patriotas de Cádiz y tuvieron que exiliarse a Francia. Su número fué de 10.000 a 12.000. En su mayoría eran militares partidarios del rey José y una parte considerable de la intelectualidad de la época (Melendez Valdés, Moratín, Manuel Silvela, Lista…).
Al año siguiente, en 1814, se produjo otra emigración política. Esta vez los que escapaban al exilio eran los liberales contra los que Fernando VII desató una persecución feroz.

En 1823 tuvieron que huir al extranjero de nuevo los liberales para escapar otra vez de la represión absolutista.
El siglo siguió avanzando y arrojando fuera del pais en sucesivas oleadas a los perseguidos de turno. Las tres guerras carlistas acarrearon los correspondientes exilios. La primera guerra carlista terminó en 1939 con el Convenio de Vergara. Unos 28.000 carlistas se negaron a aceptar el acuerdo y se expatriaron. En 1848 Cabrera regresó a España y reanudó la lucha en el Maestrazgo que duró solamente unos meses, al cabo de los cuales hubo tambien una pequeña emigración. La tercera emigración carlista tuvo lugar en 1876 después de cuatro años de lucha.

Los progresistas y demócratas y los republicanos tambien tuvieron que exiliarse. Los primeros en 1866 tras el fracasado levantamiento del general Prim. Los republicanos, en 1874 al producirse la restauración monárquica.
Sin embargo, esta serie de sucesivos exilios del siglo XIX, con ser políticamente significativos y siempre dramáticos -Larra dijo que en su época ser liberal era ser emigrado en potencia- no llegaron a tener la envergadura y los tintes trágicos que tuvo el exilio provocado por la guerra civil de 1936-1939, como veremos en las páginas siguientes.
A su vez se produjeron emigraciones «económicas» a lo largo de todo el siglo XIX. Migraciones que continuarían en el siglo XX, con gran intensidad en algunos periodos. Hasta el año 1860 se calcula que salieron algo más de 200.000 emigrantes de España hacia América (fundamentalmente gallegos, canarios, asturianos y catalanes). Entre 1860 y 1969 abandonaron España cerca de 2.500.000 habitantes que se radicaron definitivamente en América.
Esa emigración española por razones laborales a América tuvo su más importante cresta en los primeros años del siglo XX. Más de un millón de personas se lanzaron a «hacer las Américas» entre 1904 y 1913. La mayoría seguían siendo gallegos, canarios, asturianos y cántabros, deseosos de promoción social inalcanzable en regiones con fuertes excedentes de población rural. Estos emigrantes se establecieron fundamentalmente en Cuba, Argentina, Venezuela, Brasil y Uruguay. Hay que tener en cuenta que algo más de la mitad de los que partieron regresaron a España.
Las migraciones masivas hacia América no solo procedieron de España. Ni tan siquiera solo de los paises de Europa del Sur, como Italia (país emigrante por excelencia del que 9 millones de habitantes se dirigieron a ultramar, incluido los Estados Unidos, en el periodo 1876-1925 ), Portugal o Grecia. Tambien paises hoy prósperos como Alemania o Gran Bretaña nutrieron fuertes corrientes migratorias el siglo pasado. Entre 1800 y 1930 abandonaron Europa hacia las americanas tierras de promisión, del Norte y del Sur, más de 40 millones de personas. El 88 por ciento de esos emigrantes hasta 1860 fueron ingleses y alemanes que se dirigían hacia las ricas tierras de América del Norte.
Entrado el siglo XX, el golpe de Estado del general Primo de Rivera, en septiembre de 1923, provocó una emigración política de pequeñas dimensiones pero cualitativamente importante por el perfil público de las personas a las que afectó: Santiago Alba, ex-ministro liberal, Francesc Maciá, jefe del nacionalismo catalán, Don Miguel de Unamuno que escapó de la isla de Fuerteventura en la que habia sido recluido por haber publicado una carta adversa al dictador en un periódico de Buenos Aires, José Sanchez Guerra, ex-presidente del Consejo de Ministros, que se expatrió voluntariamente, Manuel Núñez Arenas, fundador de la Escuela Nueva para obreros y uno de los primeros incorporados a la Tercera Internacional y Joaquín Maurín.
A muy grandes rasgos, estos son los precedentes, los más significativos, de las dos grandes corrientes migratorias españolas de este siglo sobre las que se centra esta monografía: la provocada por la guerra civil de 1936-1939,- más de medio millón de exiliados-, y la llamada «emigración económica» de las décadas de los 50 y 60- cerca de dos millones de trabajadores españoles se desperdigan por la Europa industrializada.
Entre una y otra emigración española, Europa, sacudida por la Segunda Guerra Mundial, conoció espectaculares desplazamientos de poblaciones empujadas por la furia de los acontecimientos bélicos y de las persecuciones políticas y racistas. Millones de judíos fueron deportados y enviados a los campos de exterminio. Millones de trabajadores de toda Europa fueron llevados a trabajar a Alemania, de grado o a la fuerza. Alemania tenía ya en 1939, cuando hacía un esfuerzo de poducción precedente a la guerra, medio millón de extranjeros. Hacia 1944 trabajaban en Alemania 7.500.000 extranjeros, gran parte de ellos reclutados entre los prisioneros.
Iniciada la guerra, se produjo la huida de millones de polacos y la desbandada de los rusos ante el avance alemán en su territorio. En las últimas fases de la guerra hubo la desbandada de diez millones de alemanes ante el avance de los Aliados.
Durante la posguerra tuvieron lugar otras migraciones masivas. Entre 1945 y 1950 doce millones de personas procedentes del Este llegaron a las cuatro zonas alemanas ocupadas por los Aliados. Luego se produciría el «milagro aleman» y con él la sistemática demanda de mano de obra extranjera a la que se debe que más de cinco millones de extranjeros residan legalmente en Alemania.
Los movimientos migratorios han continuado en estos últimos años. En Africa, en Asia, en América, en la misma Europa. La presión migratoria del continente africano y del asiático es últimamente creciente. La opinión pública española lo sabe bien por las reiteradas imágenes de las «pateras» repletas de africanos que cruzan el Estrecho intentando introducirse ilegalmente en territorio europeo con alto riesgo para sus vidas que no pocos de ellos llegan a perder.
Riadas humanas procedentes del centro de Africa han elegido Marruecos como zona de paso hacia España y la opulenta Europa. El campamento de inmigrantes de Calamocarro, en Ceuta, alberga a varios miles de inmigrantes llegados de Camerún, Guinea, Senegal, Nigeria, Sierra Leona, Angola, Zaire, Etiopía, Sudán y Eritrea.
Las cifras de emigrantes en Europa son importantes: Europa occidental cobija en la actualidad más de 20 millones de inmigrantes legales procedentes de otras latitudes. Pero estas cifras pueden verse fuertemente incrementadas en el futuro. Algunos observadores sostienen que a la vista del fuerte aumento de la población mundial y del estado de subdesarrollo y pobreza en que se encuentra una buena parte de ella, hasta el momento tan solo se ha puesto en movimiento una parte ínfima del potencial migratorio y que, por lo tanto, «las grandes corrientes migratorias propiamente dichas todavía no se han iniciado.

Tomado de: http://www.institutoramonrubial.fundacionideas.es/index.php?s=91


Pedro.
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